Lo ideal es acercarles cuentos, juguetes, experiencias para que los usen y puedan encontrar opciones para apropiarse de eso mientras van discriminando aquello que no les agrada o resuena.
La propuesta está en ofrecer materiales y momentos que estén disponibles para que los puedan redescubrir cuando lo requieran y no solo cuando los necesiten como instrumento frente al aburrimiento.
Se requiere para ello de establecer una base suficientemente segura para poder hacer una sana apuesta al aprendizaje.
La conexión con sus adultos referentes encuentra también efectos en el aprendizaje.
La experiencia de aprender debería ser satisfactoria en sí misma.
No podemos entenderlo como algo aislado del lugar que ocupa ese niño en la casa, en la familia, en la escuela, en otros grupos.
El niño necesita poder organizar una realidad segura sobre la cual desplegarse, un espacio independiente donde intercambiar vivencias que puedan dar lugar a formas diversas y enriquecedoras de aprendizaje.
Lo ideal será escuchar las formas en las que los niños están comunicándose, a la vez que abrimos un espacio para valorar el potencial de aprendizaje en su versión propia y cómo los adultos les acercamos alternativas para que tengan experiencias de éxito que impacten positivamente en su individualidad.
La motivación para aprender a leer, por ejemplo, tendría que partir del disfrute, no de la obligación.
Apostando a encontrar su aspecto lúdico, conectarse con los aspectos buenos, con la creatividad para jugar con las palabras, los sonidos, las formas en las que otros se incluyen en el texto, poner en juego cómo el niño comparte o acerca a otros lo aprendido, todo ello para lograr crear una experiencia significativa que se aloje en un lugar seguro.
Aprender es una apuesta, implica aceptar la idea de que algo nos falta y la invitación a querer acercarnos a investigarlo, por lo que, aunque hemos hablado de los aprendizajes iniciales, esta apuesta sana debe continuar por el resto de la vida adulta.