Para recuperar el enfoque, es importante reconocer que la trampa del pensamiento tóxico puede llevar a un espiral negativo. El razonamiento más o menos así: “Tengo que hacerlo bien porque me están mirando. Si no lo hago bien, van a pensar que no soy suficiente. Como tengo que hacerlo perfecto, me presiono. Como me presiono, me tenso. Como me tenso, no puedo jugar con fluidez. Y como no fluyo, cometo errores. Y si cometo errores... me van a juzgar”.
Es clave hacer una pausa y preguntarse: “¿Quién exactamente me está juzgando?”. También ayudan preguntas de valor para observarse sin juicio: ¿Qué me estoy diciendo cuando fallo? ¿De dónde viene esa exigencia? ¿Cuál es la intención positiva detrás de querer hacerlo perfecto? ¿Y qué pasaría si me permito equivocarme?
Reconectar con las fortalezas es fundamental. Identificar qué lo hace un buen jugador más allá del resultado, como la disciplina, la capacidad de adaptación, el temple en momentos complejos, el espíritu competitivo, puede ayudar a recuperar una visión más completa de sí mismo.
La autoconfianza no se construye solo con victorias, sino con la claridad de quién eres incluso en medio del error. Fortalecer la autoestima en competencia, recordando que el valor no depende de un punto ganado o perdido, sino del simple hecho de estar ahí, dándolo todo, trabajando día a día en el crecimiento, puede transformar la necesidad de impresionar en ganas de expresarse.
En última instancia, el enfoque no es ausencia de pensamientos, sino la capacidad de decidir a cuál pensamiento le vas a dar tu atención. Cuando eliges centrarte en lo que tienes, en lo que eres y en lo que disfrutas, tu juego cambia. Tu mente se libera. Y tú, simplemente, vuelves a jugar.