Al estar demasiado pendientes de lo que sentimos, de lo que nos sucede por dentro, por ende, lo que ocurre afuera nos lleva a reaccionar emocionalmente. Entonces, si me tratan bien, me siento bien; pero, si me tratan mal, me bajoneo y siento malestar. Somos como el elemento climático: un día estamos bien y, al día siguiente, estamos mal.
Somos inconstantes como las olas del mar.
Porque sobrevaloramos lo que el otro puede o no puede, si el otro me quiere o no me quiere.
A veces, tememos las consecuencias o lo que nos pueda llegar a ocurrir.
Si yo, todo el tiempo, fantaseo catastróficamente con que algo malo me puede pasar, esa actitud hace que no me pare con firmeza sobre mis convicciones y mis deseos internos.
Nuestra vida comienza a depender de quienes nos rodean, aun sin darnos cuenta.