Para calibrar es fundamental la capacidad de separar el acto de observación, a través de los sentidos del acto de interpretación de lo percibido. Lo primero a hacer es agudizar los sentidos, tratando de captar todo lo que se relata a continuación. Para evitar hacer juicios, ante cualquier descubrimiento y, sobre todo, ante cualquier incongruencia entre lo que dice y el como lo dice, es conveniente preguntarle a la persona que se tiene en frente para corroborar aquello que se haya creído identificar.
Así pues, conviene estar atentos, tanto a los comportamientos, como a las palabras. Se debe prestar atención a: Gestos, postura y lenguaje corporal. Se comienza estudiando como es su lenguaje corporal, si los gestos, son muy marcados. Si acompaña y apoya sus expresiones verbales en ellos. La postura de su cuerpo puede indicar fuerza o, por el contrario, cierto cansancio o desánimo.
Se puede observar si la persona se ríe, o tiene una expresión de miedo, de tristeza o de enfado. En este caso se debe estar atento a su volumen, si habla en un tono de voz alta, casi llegando al grito, que puede mostrar cierta ira o miedo, o, por el contrario emplea un tono bajo, que podría estar indicando tristeza o preocupación. El ritmo puede analizarse, desde el punto de vista, de si es pausado o se encuentra acelerado.
Percibir el tono también resulta muy importante si es más agudo que puede indicar que la persona se encuentra más fuera de si; o si es más grave, que indica cierto ensimismamiento. Siempre se debe tener en cuenta el tono basal que la persona posea de por si.
Las calibraciones primarias en este caso se trata de observar el estado emocional en el que se encuentra la persona con la que estamos, para poder adecuar lo más posible nuestra conversación, y que esta obtenga los resultados más provechosos de cara a la comunicación entre ambos. Para, mediante la observación de un comportamiento externo, poder suponer un estado interno asociado y actuar en consecuencia al estado de la persona.