Las personas se enfrentan a disyuntivas. El que algo quiere, algo le cuesta.
Este dicho describe que, para obtener una cosa, tenemos que renunciar a otra que también nos gusta o necesitamos.
Un ejemplo: una familia debe decidir entre irse de vacaciones o pagar los estudios de sus hijos, porque no le alcanza el dinero para todo.
Cuando decide gastar un peso en una cosa, resigna un peso en la otra.
El costo de oportunidad es “a lo que renuncia” en pos de conseguir algo.
Por ejemplo, estudiar en lugar de trabajar.
Alguien realiza una acción solo si el beneficio marginal es mayor que el costo marginal.
A estos cambios marginales, o en los bordes, los economistas los llaman “pequeños ajustes al plan original”.
Por ejemplo, una línea aérea debería vender un pasaje más barato si su avión está a punto de despegar con asientos vacíos, ya que obtendrá mayor beneficio si logra llenar la aeronave.
Los premios o castigos inducen a la acción.
Por ejemplo, si las manzanas bajan de precio, la gente no dudará en comprarlas porque comprueba que con menos dinero se lleva una misma cantidad de frutas.
Las promociones, en forma de descuentos, parten de este principio.
El intercambio comercial permite que cada país produzca lo que hace mejor y obtenga lo que hacen mejor otros países, lo que resulta en un beneficio mutuo.
En una familia, entonces, es razonable que cada uno haga lo que mejor sabe hacer para que todos obtengan un beneficio general.
Cuando un gobierno impide que los precios se ajusten de manera natural a la oferta y la demanda, impide que la mano invisible coordine a los millones de empresas y hogares que componen la economía.
La “mano invisible”, por sí sola, no alcanza, porque las empresas y las familias necesitan reglas claras, el cumplimiento de las normas y el respeto al derecho a la propiedad.
También es clave que el Estado evite que un pequeño grupo tenga el poder de influir en el mercado (oligopolio o monopolio).
Los países más productivos tienen un mejor nivel de vida.
Estados Unidos tiene mayor renta per cápita que muchos países porque sus obreros producen más.
Agrega que si un país resulta improductivo, no podrá abastecer de bienes y servicios a sus habitantes de manera eficaz.
La moneda pierde valor, se genera inflación y los precios suben.
En la Argentina, esta es una realidad palpable: la moneda pierde valor a medida que el Estado imprime más y más billetes.
Esto genera inflación.
Como durante la pandemia los gobiernos de Europa imprimieron más dinero que lo habitual para ayudar a empresarios e individuos, aumentó la inflación anual en casi todo ese continente.
La suba de los precios debe mantenerse baja para evitar las crisis recurrentes que vive la Argentina que, en 2022, tuvo 94,8% de inflación, la cuarta mayor del mundo.
Sin embargo, a corto plazo, la inflación puede disminuir el desempleo porque, al haber más dinero en circulación, la gente tiende a gastarlo.
Esto aumenta la demanda y hace que las empresas contraten más empleados para producir más.