La luz que éstos reflejan llegan a nuestro ojo, atraviesan el iris, a través de un orificio llamado pupila, inciden en la córnea y llegan al cristalino. El cristalino es un disco transparente, capaz de alterar levemente su forma por la acción del músculo ciliar que lo rodea y que tira más o menos de él, variando su curvatura, según se esté observando un objeto cercano o lejano. Esta facultad del cristalino de adaptarse a la distancia se denomina acomodación. Gracias a esta función, el cristalino refracta los rayos luminosos incidentes y enfoca siempre una imagen nítida, aunque invertida, sobre la retina. La retina es la capa interna del ojo. Contiene células especiales sensibles a la luz, que reaccionan ante los rayos luminosos. Estas células retinianas, especializadas en la captación de la luz, son los conos y los bastones. Los conos son receptores sensibles a la intensidad luminosa y al color; mientras que los bastones solo son sensibles a la luz, pero no al color. Por esta razón, los colores se aprecian tan mal con poca luz. Cada ojo posee por término medio unos 6 millones de conos y unos 120 millones de bastones. Pero, conos y bastones, solo actúan como fotorreceptores generando impulsos, que son enviados por el nervio óptico, en forma de señales de señales eléctricas, hasta el cerebro.