El entrenamiento en altitud implica realizar actividades físicas en lugares situados a más de 2.500 metros sobre el nivel del mar.
A estas alturas, la concentración de oxígeno en el aire disminuye, lo que obliga al cuerpo a adaptarse para suministrar oxígeno a los músculos de manera más eficiente.
Una de las principales ventajas del entrenamiento en altitud es el incremento en la producción de glóbulos rojos.
La menor disponibilidad de oxígeno estimula la producción de eritropoyetina (EPO), una hormona que promueve la formación de glóbulos rojos, mejorando así el transporte de oxígeno en la sangre.
Al adaptarse a las condiciones de menor oxígeno, el cuerpo mejora su eficiencia en el uso del oxígeno, lo que puede traducirse en una mayor capacidad aeróbica y resistencia.
No todos los individuos se adaptan de la misma manera al entrenamiento en altitud.
Algunos pueden experimentar síntomas del mal de altura, como dolores de cabeza, náuseas y fatiga, lo que puede afectar negativamente el rendimiento y la salud.
Aunque el cuerpo se adapta, durante las primeras semanas en altitud, es común que el rendimiento disminuya debido a la menor disponibilidad de oxígeno.
Es esencial permitir que el cuerpo se adapte lentamente a las condiciones de altitud.
Una exposición gradual puede ayudar a minimizar los riesgos asociados y mejorar la eficacia del entrenamiento.
Algunos atletas optan por el método «vivir alto, entrenar bajo«, que implica residir en altitud para las adaptaciones fisiológicas y entrenar a nivel del mar para mantener la intensidad del ejercicio.
De esta forma, el entrenamiento en altitud ofrece beneficios potenciales, como el aumento de la producción de glóbulos rojos y la mejora de la capacidad aeróbica.
Sin embargo, también conlleva riesgos y desafíos que deben ser considerados cuidadosamente.
Es fundamental una planificación adecuada y una supervisión profesional para maximizar los beneficios y minimizar los riesgos.