El equilibrio funciona a partir de una serie de señales que transmitimos al cerebro y que provienen de diferentes partes del cuerpo: ojos, oídos, receptores propioceptivos de la musculatura esquelética y articulaciones y receptores de la piel.
El sistema vestibular del oído es en gran parte el responsable de nuestra estabilidad y equilibrio.
El cerebro identifica la posición de la cabeza en el espacio, lo que le permite coordinar sus movimientos con los reflejos motores responsables de la postura y de la estabilidad de los ojos.
La vista, nos permite percibir nuestro entorno y ver dónde estamos situados.
El sistema propioceptivo, formado por múltiples sensores distribuidos por todo el cuerpo que envían impulsos eléctricos al cerebro, le indica dónde está nuestro cuerpo respecto del espacio.
Si alguno de los órganos o partes intervinientes no funciona correctamente, esto hará, lógicamente, que nuestro equilibrio se vea afectado.
En el caso de la visión, por ejemplo, si se ve bloqueada, obstruida o comprometida, afectará al equilibrio.
El sentido auditivo, también puede afectar al equilibrio.