Todo aprendizaje se basa en la repetición, que precisa de la constancia. Y esa constancia en la repetición es lo que crea hábitos automatizados que mejoran nuestra eficiencia, independientemente del campo al que dediquemos nuestro tiempo. Esa constante repetición de tareas de la que hablábamos mejora la habilidad en cualquier desempeño. Por supuesto, esa constancia en el aprendizaje nos acerca lentamente, pero de forma segura e irremediable, a nuestros objetivos. La constancia nos hace fuertes ante los contratiempos, pues interiorizamos que todo logro requiere un trabajo continuo y paciente. Una persona constante siempre tiene algo que hacer y objetivos por los que luchar, y tanto mantenerse ocupado como tener proyectos mantiene nuestro estado de ánimo alto. Una persona constante lo será también con sus objetivos de vida y profesionales, lo que allanará el camino para su consecución. Al estar compuesta por individuos constantes, que realizan tareas de forma continua para mejorar, se produce un incremento de las capacidades individuales y conjuntas. Ese incremento de capacidades es un buen pilar donde apoyar las aspiraciones de progreso. Además, la capacitación tiende a ser más especializada, pues cada componente del cuerpo social dedica más tiempo a profundizar en una especialidad, por lo que la sociedad se beneficia de esa especialización y la transforma en eficiencia. Los beneficios comentados predisponen al crecimiento, tanto tecnológico como económico. Una sociedad constante en su empeño de supervivencia y superación afrontará mejor los contratiempos y los retos que el progreso y la continua variación de los factores externos supone. Un cuerpo social instaurado en la constancia es tremendamente fuerte y lucha por los objetivos de mejora comunes de forma ordenada y feliz, pues confía en su consecución.