La corredera era un artilugio rudimentario, pero eficaz.
Consistía en una placa de madera que normalmente tenía forma de arco, con un contrpeso en uno de sus lados, lo que la mantenía a flote de forma vertical.
Esta pieza de madera se ataba a una cuerda con bastante longitud, que incluía nudos equidistantes durante todo su recorrido.
El trozo de madera era lanzado al agua mientras el barco se encontraba en movimiento, y se dejaba correr la cuerda.
Al mismo tiempo que se lanzaba la corredera se ponía a correr un reloj de arena, con el propósito de comprobar cuantos nudos se deslizaban durante un periodo de tiempo determinado.
De este modo, se podía medir la velocidad de la embarcación en función de los nudos.
Si en el tiempo que tardaba en vaciarse el reloj de arena, habían salido del carrete 15 nudos, por ejemplo, la velocidad del barco era 15 nudos.
Ya en el siglo XVIII, se comenzó a estandarizar esta medida, y un nudo equivalía a recorrer 0,0083 de milla náutica cada 30 segundos.
Así pues, desde esa época, en la náutica las distancias se miden en millas náuticas, y 1 nudo corresponde a recorrer 1 milla náutica en una hora.
La corredera electromagnética es uno de estos artilugios más avanzados, que funciona por la presión.
Está compuesto por un tubo que sobresale unos 40 cm de la quilla del barco, que tiene dos orificios.
Por uno de los orificios, se mide la presión del agua dinámica, y por el otro, la presión hidroestática.
Un receptor incorporado transforma los datos recogidos de la presión del agua a nudos.
Uno de los artilugios más avanzados son las correderas Doppler, que reciben este nombre por el efecto Doppler.
Este tipo de correderas digitales son las más empleadas actualmente para la medición de la velocidad en embarcaciones.