La respuesta corta es: sí, las armas de CO2 pueden, de hecho, causar daños y, en casos extremos, pueden ser letales.
Una búsqueda rápida en publicaciones científicas arrojará docenas de casos en los cuales, desafortunadamente, el uso de un arma de CO2 resultó en muerte.
La gran potencia y velocidad de disparo de una pistola de CO2 (que suele variar entre 120 y 138 m/s) es considerablemente superior a la velocidad necesaria para perforar la piel (45 m/s) e incluso los huesos (107 m/s).
Y aunque la energía cinética liberada por el disparo de una pistola de CO2 no sea comparable a la de un arma de fuego convencional, posee capacidades similares para perforar el cuerpo.
Aunque se podría pensar que las armas de aire comprimido podrían ser letales solo en casos raros donde ocurre un impacto más directo en los ojos o incluso el cerebro, estas armas también pueden ser igualmente letales en el caso de que el proyectil perfore una arteria.
Al final del día, la respuesta es clara: dado que las armas de CO2 son letales, siempre deben tratarse como tal.
Al igual que con otras armas de aire comprimido, las armas de CO2 nunca deben considerarse juguetes.
Las armas de CO2, si bien son muy atractivas para los entusiastas, deben tratarse con el respeto y la precaución que exigen.
Su potencial de daño, aunque generalmente menor que el de las armas de fuego convencionales, sigue siendo significativo y potencialmente letal.
La seguridad siempre debe ser la prioridad número uno al disparar con una pistola o un revólver de CO2.