El temor a equivocarnos es una emoción tan básica, que la compartimos con muchos animales. Dentro de los miedos que podemos tener, por supuesto se incluyen el miedo a equivocarse, a tomar malas decisiones o a hacer daño a alguien. Sin ese miedo, y sin el resto de emociones, la vida en sociedad sería muy desordenada y tremendamente agresiva. Esto puede ser por razones relativas a nuestra personalidad, o el estilo de afrontamiento de los problemas que tenemos. También influye el ser más inseguros, incluso catastrofistas, el tener menor confianza en sus capacidades y habilidades o ser más perfeccionistas. Si hemos cometido graves errores en el pasado es perfectamente normal el tener mucho miedo a cometerlos de nuevo en el futuro. De hecho es un signo de inteligencia y esa emoción nos va a predisponer para tomar medidas preventivas.
Existe un afán de control desmesurado sobre los diferentes factores que influyen en nuestra vida y de la fantasía de que, incluso en una decisión muy complicada, podemos llegar a la decisión perfecta y aséptica en la que el nivel de error será nulo y el nivel de satisfacción será óptimo.
Todo el mundo, en según qué situaciones, debe tener miedo a equivocarse. Obviamente, ante tareas muy sencillas o que tenemos muy entrenadas ese miedo desciende a cero o bien a un nivel muy asumible. Hay que tener en cuenta también que, en cierto sentido, el miedo es directamente proporcional a lo que consideramos que nos jugamos con cada conducta o decisión, pero que está acompañado de otros factores que pueden atenuarlo o dispararlo.