Un disparador emocional puede ser ir en el metro y ver a dos personas mirarte y después reírse y asociarlo inconscientemente con recuerdos del bullying sufrido en el colegio, puede ser que alguien te toque o se acerque demasiado y sin permiso, un olor, una película, ver una noticia sobre una agresión o sobre una tragedia. Un disparador puede ser también un tono de voz elevado y agresivo, una mirada, una risa, que no contesten a un mensaje o que nos den muchas negativas para quedar.
Lo más importante es trabajar la toma de conciencia sobre lo que le pasa, primero identificando cuales son las emociones y las conductas desencadenadas, ya que es la información más accesible y consciente para el paciente. A veces utilizamos autoregistros de situaciones de la vida cotidiana porque muchas veces la problemática va asociada también con olvidos o problemas de memoria.
Por tanto enseñamos al paciente a revisar cual fue la emoción que sintieron y cual fue la conducta asociada, si sintieron mucha rabia y terminaron haciéndose daño o rompiendo algo, si sufrieron una disociación y se pusieron en posición fetal o se quedaron congelados.
Una vez definida esta parte, que muchas veces resulta complicada por la dificultad de estas personas para mentalizar y conocer sus propios estados mentales, se hace un rastreo de situaciones que han podido ser desencadenantes mediante preguntas. ¿ese día recuerdas que pasase algo que te afectó?¿estuviste con alguien?¿que hiciste durante el día? ¿Qué pasó justo antes de encontrarte así?