En el siglo pasado, el PIB se utiliza como el indicador universal para medir el desarrollo de los países. Sin embargo, desde su adopción, muchos han señalado que este índice es insuficiente, e incluso contraproducente, para capturar la complejidad del progreso humano. El PIB no considera aspectos esenciales como el bienestar humano, las desigualdades o la sostenibilidad ambiental. De hecho, en ocasiones el PIB continúa creciendo en tiempos de crisis mientras decaen rápidamente o se estancan los indicadores de bienestar. El PIB refleja ciegamente los impactos económicos, equiparando actividades independientemente de si su repercusión es positiva o negativa. Aun con estas limitaciones, el PIB continúa siendo utilizado como referencia para importantes debates y decisiones políticas nacionales e internacionales.
Para enfrentar estas limitaciones del PIB, se han propuesto varios indicadores alternativos, como el Índice de Desarrollo Humano y el Índice de Pobreza Multidimensional, el Índice Mundial de la Felicidad o el Índice para una Vida Mejor de la OCDE. Aunque estos índices avanzan hacia una medición más integral, ninguno ha logrado reemplazar al PIB. Más recientemente, los ODS y sus indicadores han proporcionado un diagnóstico completo del estado de un país y su progreso hacia un futuro sostenible.
Sería idóneo adoptar un sistema de medición para el progreso que esté basado en los ODS como marco de referencia centrado en las personas y en el medio ambiente. De esta manera, podremos evaluar el éxito de un país no solo por su crecimiento económico, sino también por su capacidad para promover el bienestar humano, la equidad y la resiliencia ante los desafíos globales.