Las balas trazadoras suelen estar formadas por un encamisado de cuproníquel y un núcleo de plomo con una cavidad en su base, en la que se aloja una sustancia compuesta por dos cargas: una iniciadora, compuesta de fósforo o silicio, y otra que produce la luminosidad, con un contenido de nitrato de estroncio o fósforo.
Una vez producido el disparo, el fuego de la pólvora entra en contacto con la composición iniciadora, y esta con la sustancia luminiscente, marcando el recorrido del proyectil hacia su objetivo.
Existentes diferentes tipos de balas trazadoras, algunas no empiezan a dejar la estela hasta transcurrido un cierto espacio, para que el enemigo no pueda localizar el lugar desde donde se ha disparado.
Otras dejan una estela de humo, más visible durante el día.
Y para operaciones especiales, las hay que dejan una estela visible solamente con visores nocturnos o de infrarrojos.
Para distinguirlas del resto de cartuchos, las balas trazadoras suelen ir pintadas en la punta de color rojo, verde u otro, dependiendo del país de utilización.
Para quienes se encuentran en la trayectoria final de la munición trazadora, hay un efecto de ilusión óptica bien conocido, por el cual los proyectiles parecen viajar muy lentamente, pero mientras se aproximan, aumentan su velocidad considerablemente.