El cronógrafo, tal y como lo conocemos en la actualidad, es un reloj de bolsillo diseñado para medir el tiempo que pasa entre dos puntos: la puesta en marcha y la detención.
La mayoría de los cronógrafos de la actualidad cuentan con siete rodamientos y un volante que oscila con una frecuencia de 5 Hz, o lo que es lo mismo, cinco oscilaciones por segundo.
Cuando hayamos presionado el pulsador, una serie de al menos 3 ruedas (en función del nivel de precisión de nuestro cronómetro) comienza a girar, cada una con un número de revoluciones variable (1 segundo, 60 segundos y 60 minutos).
Cualquier cronómetro de calidad cuenta con componentes encargados de regular la frecuencia y que han sido elaborados en una aleación no magnética que no se ve afectada por la temperatura.
A diferencia de los relojes de pulsera tradicionales, el movimiento de un cronógrafo puede visualizarse con facilidad a través de un fondo de caja metálico articulado.
Una vez que se presiona la corona para iniciar el ciclo de cronometraje, el vástago empuja hacia abajo, haciendo girar la rueda de estrella y poniendo en acción la palanca de látigo, permitiendo que la rueda central gire.
Vuelva a pulsar la corona para detener el ciclo de cronometraje.
Las agujas permanecen inmóviles gracias a un elegante mecanismo que se pone en marcha —o mejor dicho, se detiene— por la acción del vástago, el pulsador, la rueda de estrella y la palanca de látigo.
Esta reacción en cadena acaba por detener el volante y las ruedas centrales y… ¡listo!
Ha detenido el tiempo.
Si desea volver a poner su cronómetro a cero, vuelva a presionar la corona o el pulsador lateral (según el modelo).
El vástago del botón empuja hacia abajo un segundo pulsador dotado de un muelle, haciendo pivotar el martillo.
Al hacerlo, el martillo golpea dos piezas de metal con una tierna forma de corazón y las hace girar como si fuera una pista de baile.
Estas piezas con forma de corazón se detienen cuando el martillo alcanza sus muescas, volviendo a poner ambas agujas a cero.