Los gatillos son todas aquellas cosas que despiertan una reacción en nosotros: nos enojan, nos lastiman, nos irritan, nos hacen estar tristes, asustados, impacientes o inseguros. Pueden aparecer a través de la vista, de un sonido, una palabra, un olor, el contacto físico, una historia que nos cuentan, una noticia, un recuerdo, una persona, un pensamiento… puede ser cualquier cosa. En cualquier lugar, en cualquier momento, si existe una experiencia traumática, puede aparecer un gatillo que cause una reacción en nosotros. Gabor Maté utiliza la siguiente metáfora: Si miramos la estructura de un gatillo, me refiero a un gatillo físico real, veremos que es un pequeño objeto de forma curva que por sí solo no hace nada. De la misma forma, esa imagen, sonido u olor que tuvo el efecto de un gatillo, por si solas, también son inútiles. Para que un gatillo tenga sentido y pueda causar una reacción, necesita el resto del arma, sobre todo necesita la pólvora dentro de esa arma. Continuando con esta metáfora, nosotros somos el arma. Nuestras emociones y nuestras experiencias pasadas, especialmente las angustiosas, son la pólvora. Inevitablemente, la mayoría de nosotros a veces reaccionamos ante un gatillo, porque la mayoría de nosotros hemos sufrido alguna experiencia difícil o trauma en el pasado. Los pensamientos que lo acompañan pueden ser «No me gusta esta persona», «Es tan molesto!», «¿Cómo se atreve a hacer eso?», «¡Oh! ¡Detén ese sonido!» o el alarmante «¿Qué fue eso?». A menudo culpamos a la otra persona, puerta o perro de la reacción que genera en nosotros, pero como en todas las armas, para que el gatillo dispare, la pólvora tiene que estar bien situada en su compartimiento. En el momento que reconocemos la causa de nuestra reacción y la examinamos, podemos darnos cuenta que el gatillo que la está desencadenando es simplemente un recordatorio de la experiencia pasada.